La oportuna y valiente decisión de grabar los audios de las conversaciones de miembros del CNM, jueces y terceros, y su posterior divulgación, nos han mostrado una cara de sistema de justicia que intuíamos cierta, pero la difusión nos la ha mostrado en toda su indignidad. Y sobre esta materia se han comenzado a tomar decisiones por el Poder Ejecutivo, con apoyo de parte importante de la opinión pública, que conviene alentar y apoyar. Y que ojalá lleguen a buen puerto. Pero hay otras crisis que conviene tener presentes.
Gatos en la casa del despensero
Los audios antes referidos han dado lugar a una vorágine de preguntas y de escuálidas propuestas de solución, en muchos casos por gente que sabe poco de la materia. Quizá el aporte más importante del gobierno de Toledo fue haber impulsado la reforma del sistema de justicia mediante un trabajo de alta calidad que se conoce con el nombre de Ceriajus (Comisión de Reforma Integral de la Administración de Justicia). Con una composición variada en la que había académicos, abogados litigantes, jueces y fiscales, realizó una larga lista de propuestas que fueron aprobadas por unanimidad con excepción de la más importante: la reforma de la Corte Suprema, para que en lugar de más de 20 jueces como es hoy y a los que es difícil de identificar, se redujera a no más de 11 cuya misión fuera la formulación de criterios que sirvan para encauzar los procesos judiciales y marcar una pauta de cumplimiento general en el todo el país. No es una solución mágica y perfecta pero es lo mejor que hay y no requiere de grandes inversiones.
Pues bien, esa propuesta no pudo ser aprobada porque se opuso a ella el representante del Poder Judicial, el Dr. Hugo Sivina, en compañía –nada menos– de los representantes del Ministerio Público y del Consejo Nacional de la Magistratura. Pues bien, Sivina forma hoy parte de la Comisión Wagner nombrada por el Poder Ejecutivo para que entregue los lineamientos de la reforma. Los actuales jueces supremos y los fiscales deben estar muy contentos con el nombramiento de Sivina, un juez honorable y honrado, pero que ha defendido intereses concretos vinculados más a la jubilación de los magistrados que a la lucha por una justicia igualitaria y sin acomodos, los que se han manifestado ya en contra de cualquier reforma.
La Virgen de la Candelaria no cura la anemia en Puno
Una de las festividades más promovidas y difundidas por los medios es la que anualmente tiene lugar en el departamento de Puno, con la celebración de la festividad de la Virgen de la Candelaria y donde abundan los dineros de la ilegalidad. Hay asistencia multitudinaria y se ha convertido hasta en atracción turística por los bailes y colorido extraordinario de los disfraces y vestidos de los participantes. La inversión en trajes, desfiles, licor y otras menudencias es literalmente millonaria. Al parecer nadie se queja y la Iglesia Católica, que participa de cierta manera en el jolgorio, avala o tolera el desenfreno.
Las autoridades políticas y de otra índole de esa región son ásperas y protestonas y la culpa de cualquier estropicio –lo afirman con énfasis– la tiene la capital. No puede ser de otra manera, pues el centralismo tradicional ha hecho de ese reclamo una costumbre. Información reciente revela que en Puno cerca del 40% de los niños padece de anemia. Los milagros o rezos a las estatuas de yeso no parecen haber corregido tan dramática situación. Y los padres de familia, abuelos y compadres no tienen reparo en seguir, año tras año, gastando un dineral en la festividad, mientras sus niños continúan anémicos, lo que les significará una desventaja en el futuro frente a otros niños mejor cuidados. Me parece una crisis de magnitud similar a la del sistema de justicia. Pero hay quienes creen que ese desamparo a sus propios niños no puede calificarse de auténtica crisis sino de descuido momentáneo. Allá ellos, pero eso sí, sobre tal actitud los limeños no tenemos responsabilidad alguna, aunque más de uno la achacará genéricamente al país.
Cuando la marca de una tienda sustituye a la bandera en los desfiles
Leo y observo que ha tenido cierto apoyo una iniciativa originada por un profesor en un colegio de Piura para que los jóvenes escolares no desfilen, no marchen, en las próximas Fiestas Patrias, como se hace desde hace ya muchos años. El argumento principal es que hay un mal comportamiento, moral y técnico, de determinados líderes, especialmente jueces, políticos, abogados y fiscales. En el viejo territorio que ocupamos eso no es ninguna novedad; la mala nueva para los involucrados es que esas conductas han sido reproducidas por unos audios que se han hecho de público conocimiento. Algún ilustre pedagogo también ha apoyado la iniciativa porque considera que el desfile busca emparentar a los escolares como soldados, los “militariza”, y que eso, afirma, está mal.
Al mismo tiempo leo que ha sido un éxito el desfile que para esta misma época suele hacer la cadena de tiendas Wong, propiedad ahora de una empresa chilena, que debe quizás conservar la inquina de quienes nos robaron sin perdón en la Guerra del Pacífico. Este último desfile, cuyo propósito es aumentar ventas no ha sido criticado por nadie, pues al parecer disfrazarse de patriota con la señalada intención está bien visto desde la insufrible ética que impone el mercado.
Quizás a contracorriente, considero que el argumento expuesto por el profesor en Piura es un grave error y un síntoma que hay que tomar en cuenta. Los desfiles escolares no se realizan en honor al prefecto, al gobernador de la región ni ante el militar que tiene a su cargo el territorio; tampoco para que una tía vieja vea pasar a un sobrinito ni a su ahijada, bien vestidita y peinada, y diga que están “regios”. No, se hace en recuerdo de los que dejaron la vida luchando para que el país tuviera un mejor futuro y para que el profesor pueda cobrar un sueldo; se hace porque no hay crimen alguno que manche nuestra bandera; porque es necesario saber y creer que incluso en las horas más angustiosas hay que saber luchar aquí y ahora contra los males que nos desean aplastar el ánimo y la voluntad. Y todo profesor debería saber que delante de ese empeño debe estar ahí dando el ejemplo, y no desear pasar unos días sin desfilar ni cuidar a sus alumnos para tomar tranquilamente una cerveza y comerse un plato de mondongo. No he escuchado a las autoridades mandar a paseo a esos pedagogos de pacotilla. Por supuesto que los escolares deben ser soldados y, estar preparados, cualquiera que sea la opción profesional que escojan, para luchar por su país. Y en ese empeño incluso luchar contra lo que quizás sus padres afirman en la sobremesa, que el Estado, a cualquier nivel, es un botín del que hay que aprovecharse.